La esperanza de su madre

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La esperanza de su madre

El legado de Marta, libro 1

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Este es el primero de dos libros en una saga que explora las complicadas relaciones entre madres e hijas a través de cuatro generaciones. A finales del siglo XIX, la fogosa Marta deja Suiza decidida a encontrar la vida bajo sus propios términos. Su educador viaje la lleva a través de Europa y Canadá, y finalmente la carga con la compañía de hijos y un esposo en el valle central de California. Las experiencias de Marta la convencen de que sólo los fuertes sobreviven —y ella decide criar hijos fuertes. Hildie, la hija mayor de Marta, tiene el servicio a otros en su corazón, y la inflexible crianza de Marta deja a Hildie hambrienta por el amor de su madre. El llamado de Hildie para ser enfermera le da independencia, además del respeto de su madre. En medio del drama de la Segunda Guerra Mundial, Hildie se enamora y empieza su propia familia. Ella quiere que su hija nunca dude de su amor —pero los retos de la vida conspiran en contra de su promesa. Esta saga trata sobre cómo romper los ciclos generacionales dañinos, encaminarse a la reconciliación y restaurar las relaciones más importantes de la vida.

1

STEFFISBURG, SUIZA, 1901

Por lo general, a Marta le encantaban los domingos. Era el único día en que Papá cerraba la sastrería y Mamá descansaba. La familia se vestía con su mejor ropa y caminaba a la iglesia: Papá y Mamá adelante; Hermann, el hermano mayor de Marta, detrás de ellos; y Marta y su hermana menor, Elise, cerraban la marcha. Casi siempre se les unían otras familias en el camino. Marta buscaba con afán a su mejor amiga, Rosie Gilgan, que bajaba corriendo la colina para ir juntas el resto del camino hacia la antigua iglesia de estilo románico, con sus arcos tapiados y la torre blanca del reloj.

Hoy, Marta estaba cabizbaja y deseaba poder salir corriendo y esconderse entre los pinos y alisos mientras los pobladores se reunían para el servicio. Podría sentarse sobre su árbol caído favorito y preguntarle a Dios por qué Papá la despreciaba tanto y parecía estar tan dispuesto a hacerla sufrir. No se habría quejado hoy si Papá le hubiera dicho que se quedara en casa, que trabajara sola en la sastrería y que no pusiera un pie al otro lado de la puerta por una semana, aunque los moretones tardarían más que eso en desaparecer.

A pesar de las evidencias de la paliza que le había dado, Papá insistió en que todos fueran al servicio. Ella llevaba un gorro tejido y mantenía la cabeza baja, con la esperanza de que nadie se diera cuenta. No era la primera vez que portaba las marcas de su ira. Cuando la gente se acercaba, Marta se cubría con la bufanda de lana o volteaba para otro lado.

Cuando llegaron al cementerio de la iglesia, Papá hizo que Mamá, Elise y Hermann fueran adelante. Agarró a Marta del brazo y le dijo al oído:

—Te sentarás atrás.

—La gente querrá saber por qué.

—Y yo les diré la verdad. Te estoy castigando por desafiarme. —Dolía tener sus dedos clavados, pero ella rehusó emitir cualquier sonido de dolor—. Mantén la cabeza gacha. Nadie quiere ver tu fea cara. —La soltó y entró.

Tragándose las lágrimas, Marta entró sola y se ubicó en la última fila de las sillas de respaldo recto.

Vio a su padre alcanzar a Mamá. Cuando él volteó hacia atrás, ella agachó rápidamente la cabeza y sólo la volvió a levantar cuando él ya se había sentado. Su hermana, Elise, miró por encima de su hombro, con una cara demasiado pálida y tensa para una niña. Mamá se le acercó y le susurró, por lo que Elise volteó hacia el frente otra vez. Hermann se sentó entre Mamá y Papá moviendo la cabeza de izquierda a derecha. Sin duda buscaba a sus amigos y desaparecería tan pronto como terminara el servicio.

Rosie pasó y se sentó cerca del frente. Los Gilgan tenían ocho hijos y ocupaban toda una fila. Rosie echó un vistazo hacia donde estaban el padre y la madre de Marta, y luego hacia atrás. Marta se escondía detrás de Herr Becker, quien estaba sentado adelante de ella. Esperó un rato y volvió a mirar por sobre el hombro del panadero.

El murmullo se acabó cuando el ministro se paró frente al púlpito. Comenzó el servicio con una oración. Junto a los demás, Marta hizo la oración de confesión y escuchó la declaración que el ministro hizo de la misericordia y el perdón de Dios. A medida que se leían el credo y las Escrituras, Marta dejaba que su mente vagara como la nieve que volaba por los prados alpinos, por encima de Steffisburg. Se imaginó extendiendo sus brazos como alas y dejando que los remolinos la elevaran y la llevaran a donde Dios quisiera.

¿Y dónde sería eso? se preguntaba.

El ministro elevaba la voz cuando predicaba. Siempre decía lo mismo, pero usaba palabras distintas, diferentes ejemplos de la Biblia. “Esfuércense más. La fe sin obras es muerta. No sean autocomplacientes. Los que le dan la espalda a Dios están destinados al infierno.”

¿Era Dios como Papá, que nunca estaba satisfecho sin importar cuánto se esforzara ella? Papá creía en Dios, pero ¿cuándo le había demostrado misericordia a ella? Y si él creía que Dios había creado a todos, entonces ¿qué derecho tenía Papá de quejarse por su altura, por lo delgada que era, por lo blanco de su piel, por lo grande de sus manos y sus pies? Su padre la insultó por haber aprobado los exámenes de la escuela “¡y hacer que Hermann pareciera un tonto!”

Intentó defenderse. Pero debía haberse dado cuenta de que no convenía hacerlo.

—Hermann no se esfuerza. Prefiere andar de caminatas por las montañas en lugar de estudiar.

Papá fue tras ella. Mamá trató de interponerse pero él la apartó de un empujón.

—¿Crees que puedes hablarme así y salirte con la tuya? —Marta levantó un brazo para protegerse, pero no le sirvió de nada.

—¡Johann, no! —gritó Mamá.

Todavía agarrando el brazo de Marta, se volteó hacia donde estaba Mamá.

—¡No me digas . . . !

—¿Cuántas veces tenemos que poner la otra mejilla, Papá? —Algo candente le subió a Marta por dentro cuando él amenazó a Mamá.

Fue entonces cuando la golpeó con el puño. La soltó abruptamente y la miró mientras ella cayó al piso. “Me obligó a hacerlo. ¡La escuchaste! ¡Un padre no puede tolerar la insolencia en su propia casa!”

Marta no se dio cuenta de que se había desmayado hasta que Mamá le retiró el pelo de la cara.

—No te muevas, Marta. Elise fue a buscar un paño húmedo. —Marta pudo oír que Elise lloraba—. Papá fue a ver al curtidor. No volverá pronto. —Mamá tomó el paño que le dio Elise. Marta contenía la respiración cuando Mamá tocaba ligeramente su labio partido—. No deberías provocar a tu padre.

—Entonces yo tengo la culpa.

—No dije eso.

—Aprobé los exámenes con las mejores calificaciones y me golpean por eso. ¿Dónde está Hermann? ¿Paseando por algún sendero en la montaña?

Mamá le acarició la mejilla.

—Tienes que perdonar a tu padre. Perdió los estribos. No sabía lo que estaba haciendo.

Mamá siempre lo excusaba, así como Papá excusaba a Hermann. Nadie la excusaba a ella.

“Perdona,” dijo Mamá. “Setenta veces siete. ¡Perdona!”

Marta hizo una mueca con la boca cuando el ministro habló de Dios el Padre. En lugar de eso, ella deseaba que Dios fuera como Mamá.

Cuando el servicio terminó, Marta esperó hasta que Papá le hiciera señas para que se uniera a la familia. Con la cabeza gacha, se puso al lado de Elise.

“¡Johann Schneider!”

Papá se volteó al oír la voz de Herr Gilgan. Se estrecharon las manos y hablaron. Hermann aprovechó la distracción para unirse a unos amigos que se dirigían a la colina. Mamá tomó a Elise de la mano cuando Frau Gilgan se unió a ellas.

—¿Dónde has estado toda la semana? —dijo Rosie suavemente y Marta se volvió para mirarla. Rosie se quedó con la boca abierta—. Ay, Marta —dijo lamentándose—. ¿Otra vez? ¿Cuál fue el motivo ahora?

—La escuela.

—¡Pero aprobaste los exámenes!

—Hermann no.

—Pero eso no es justo.

Marta levantó un hombro y le sonrió a Rosie con tristeza.

—De nada sirve decírselo. —Rosie nunca lo entendería. Su padre la adoraba. Herr Gilgan adoraba a todos sus hijos. Todos trabajaban juntos en la administración del Hotel Edelweiss, y se alentaban unos a otros en todo. Bromeaban con buen humor, pero nunca se burlaban ni despreciaban a nadie. Si alguno de ellos tenía alguna dificultad, los demás se unían con amor para ayudarlo.

A veces Marta envidiaba a su amiga. Todos los miembros de la familia Gilgan terminarían la escuela. Los varones prestarían servicio dos años en el Ejército Suizo y luego irían a la universidad en Berna o en Zúrich. Rosie y sus hermanas aprenderían alta cocina y el arte de dirigir un establecimiento que albergaría hasta treinta forasteros. Aprendería francés, inglés e italiano. Si Rosie tuviera más aspiraciones, su padre no se las negaría simplemente porque fuera una niña. La enviaría a la universidad junto con sus hermanos.

“Ya estuviste lo suficiente en la escuela,” había dicho Papá cuando volvió del curtidor. “Ya tienes la edad suficiente para que hagas tu parte para ayudar en el sostén de la familia.”

Suplicarle que la dejara ir a la escuela un año más no había servido de nada.

A Marta se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Papá dijo que es suficiente con que pueda leer, escribir y hacer las cuentas.

—Pero apenas tienes doce años, y si alguien de nuestra clase debería ir a la universidad, esa eres tú.

—No habrá universidad para mí. Papá dijo que yo ya terminé con la escuela.

—Pero ¿por qué?

—Papá dice que demasiada escuela llena de tonterías la cabeza de una niña. —Con tonterías Papá quería decir ambición. Y Marta ardía con ambiciones. Había esperado que la educación suficiente le diera más opciones en cuanto a qué hacer con su vida. Papá decía que la escuela la había subido demasiado y necesitaba bajar a donde pertenecía.

Rosie tomó la mano de Marta.

—Tal vez cambie de opinión y te deje volver a la escuela. Estoy segura de que Herr Scholz querrá hablar con él sobre eso.

Herr Scholz podría intentarlo, pero su padre no le prestaría atención. Cuando decidía algo, ni una avalancha podría cambiarlo.

—No servirá de nada, Rosie.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Papá piensa ponerme a trabajar.

“¡Marta!”

Marta saltó al oír el rugido de la voz de Papá. Con el ceño fruncido, bruscamente le hizo señas para que se acercara. Rosie no le soltó la mano mientras se unían a sus familias.

Frau Gilgan miró fijamente a Marta.

—¿Qué le pasó a tu cara? —Le lanzó una mirada de enojo a Papá.

Papá también la miró.

—Se cayó de las escaleras. —Papá le dio a Marta una mirada de advertencia—. Siempre ha sido torpe. Mire esas manos y pies tan grandes.

Los ojos oscuros de Frau Gilgan echaron chispas.

—Ya crecerá y le armonizarán. —Su esposo le puso la mano debajo del codo.

Mamá le ofreció su mano a Marta.

—Vamos. Elise tiene frío. Tenemos que ir a casa. —Elise se acurrucó a un costado de Mamá, sin mirar a nadie.

Rosie abrazó a Marta y le susurró: “¡Voy a pedirle a Papá que te contrate!”

Marta no se atrevía a esperar que su padre aceptara; él sabía cuánto disfrutaría trabajar con los Gilgan.

Papá salió y no volvió a casa hasta tarde esa noche. Olía a cerveza y parecía muy complacido consigo mismo. “¡Marta!” Dio un golpe con su mano en la mesa. “Te he encontrado trabajo.”

Trabajaría todas las mañanas para los Becker en la panadería. “Tienes que estar allí a las cuatro de la mañana.” Además pasaría tres tardes a la semana trabajando con los Zimmer. El doctor pensaba que a su esposa le alegraría liberarse un poco del cuidado de su irritable bebé. “Y Frau Fuchs dice que le puedes ser útil encargándote de sus colmenas. Se está poniendo más frío y pronto estará lista para cosechar la miel. Trabajarás en las noches por el tiempo que ella te necesite.” Inclinó su silla hacia atrás. “Y trabajarás en el Hotel Edelweiss dos días a la semana.”

La miró a los ojos.

—No creas que volverás a tomar el té con galletas con tu amiguita. Estarás allí para trabajar. ¿Lo entiendes?

—Sí, Papá. —Marta juntó las manos adelante y trató de no demostrar su agrado.

—Y no pidas nada, de ninguno de ellos. Herr Becker pagará con pan, Frau Fuchs con miel, a su tiempo. Y en cuanto a los demás, ellos se arreglarán conmigo, no contigo.

El calor se esparció por las extremidades de Marta y le subió al cuello y a las mejillas; ardía como lava debajo de la tierra pálida.

—¿Y yo no voy a recibir nada, Papá? ¿Nada en absoluto?

—Recibes un techo sobre la cabeza y comida en el plato. Recibes ropa para cubrirte. Mientras vivas en mi casa, todo lo que hagas me pertenece legítimamente. —Giró la cabeza—. ¡Anna! —gritó a Mamá—. ¿Ya terminaste el vestido de Frau Keller?

—Estoy trabajando en eso, Johann.

Con el ceño fruncido, Papá volvió a gritar:

—¡Ella espera que lo entregues al final de la semana! ¡Si no lo tienes listo entonces, hará tratos con otra modista! —Papá hizo una seña con la cabeza—. Ve a ayudar a tu madre.

Marta se acercó a Mamá, junto a la chimenea. Había una caja de hilos de colores sobre la mesa que tenía a su lado, y tela de lana negra, parcialmente bordada, sobre sus rodillas. Tosió fuertemente sobre un pañuelo, lo dobló y lo metió en el bolsillo de su delantal antes de volver a la costura. Cualquiera podría ver por su palidez y los círculos oscuros alrededor de sus ojos que Mamá se sentía mal nuevamente. Tenía pulmones débiles. Esa noche, sus labios tenían un tenue matiz azulado. “Ayuda a tu hermana, Marta. Le está comenzando otro dolor de cabeza.”

Elise había pasado toda la tarde con su dechado, frunciendo el ceño con cada puntada en una dolorosa concentración. Marta la había ayudado hasta la llegada de Papá. Como lo único que Elise podía hacer bien era coser el dobladillo, Mamá y Marta tenían que hacer el trabajo delicado del bordado. Al igual que Hermann, Elise tenía problemas en la escuela, pero no por las mismas razones. A los diez años, Elise apenas podía leer y escribir. Sin embargo, todos pasaban por alto lo que le faltaba intelectualmente y en aptitudes, gracias a su delicada y excepcional belleza. El mayor gusto de Mamá era cuando cada mañana cepillaba y trenzaba el pelo rubio claro de Elise, que le llegaba a la cintura. Tenía una perfecta piel blanca, como el alabastro, y unos grandes y angelicales ojos azules. Papá no le pedía nada y se enorgullecía de su belleza; a veces actuaba como si poseyera una pieza de arte de gran valor.

Marta se preocupaba por su hermana. Papá podría tener razón en cuanto a los pretendientes, pero no entendía los temores profundamente arraigados de Elise. Dependía de Mamá casi desesperadamente y se ponía histérica cuando Papá tenía uno de sus arrebatos, aunque nunca le había puesto una mano encima. Papá estaría atento para encontrar algún hombre de dinero y posición para Elise.

Marta oraba todas las noches para que Dios bendijera a su hermana con un esposo que la apreciara y protegiera . . . ¡y que fuera lo suficientemente adinerado como para que contratara a otras personas que cocinaran, limpiaran y le criaran los hijos! Elise nunca podría cumplir con esas responsabilidades.

Marta levantó un banquillo y lo puso al lado de la silla de su madre.

—Frau Keller siempre quiere las cosas hechas para ayer.

—Es una buena cliente. —Mamá puso una parte de la falda cuidadosamente sobre las rodillas de Marta para que pudieran trabajar juntas.

Buena no es una palabra que yo usaría, Mamá. Esa mujer es una tirana.

—No es malo saber qué es lo que quieres.

—Si estás dispuesta a pagar por ello. —Marta sintió que echaba chispas. Sí, Papá le pediría a Frau Keller que pagara por el trabajo adicional, pero Frau Keller se rehusaría. Si Papá presionaba, Frau Keller se indignaría “por esa clase de trato” y amenazaría con llevar su negocio “a alguien que apreciara más mi generosidad.” Le recordaría a Papá que pedía seis vestidos al año, y que debería estar agradecido por su trabajo en esa época tan difícil. Papá se disculparía encarecidamente y luego agregaría lo que pudiera a la cantidad que Herr Keller le debía por los trajes que Papá le había hecho. Y Papá frecuentemente tenía que esperar seis meses aunque fuera por un pago parcial. No era de extrañar que los Keller fueran ricos. Se aferraban a su dinero como los líquenes a la roca—. Si yo fuera Papá, exigiría una parte del dinero antes de comenzar el trabajo, y el pago total antes de que cualquier prenda saliera de la sastrería.

Mamá se rió suavemente.

—Tanto fuego para una niña de doce años.

Marta se preguntaba cómo Mamá podría terminar la falda a tiempo. Enhebró una aguja con hilo rosa y se puso a trabajar en los pétalos de una flor.

—Papá me ha conseguido trabajo, Mamá.

Mamá suspiró.

—Lo sé, Liebling. —Rápidamente sacó el pañuelo del bolsillo de su delantal para taparse la boca. Cuando pasó el espasmo, luchó por recobrar el aliento mientras volvía a meter el pañuelo en su escondite.

—Tu tos está empeorando.

—Lo sé. Es por los años que trabajé en la fábrica de cigarros. Mejoraré en el verano. —En el verano Mamá podía sentarse afuera a trabajar, en lugar de sentarse al lado de una chimenea con humo.

—Nunca se te quita por completo, Mamá. Deberías ver al doctor. —Quizás cuando Marta trabajara con Frau Zimmer podría hablar con el doctor de lo que pudiera hacerse para ayudar a Mamá.

—No nos preocupemos por eso ahora. ¡Frau Keller tiene que recibir su vestido!

***

Marta se acostumbró rápidamente a su horario de trabajo. Se levantaba cuando todavía estaba oscuro, se vestía rápidamente y subía la calle hacia la panadería. Cuando Frau Becker le abría la puerta, la habitación olía al pan fresco que se estaba horneando. Marta entraba a la cocina y picaba nueces para el Nusstorten en tanto que Frau Becker batía la masa para el Schokoladenkuchen.

“Hoy haremos Magenbrot,” anunció Herr Becker mientras extendía una larga serpiente de masa y la cortaba en pedazos pequeños. “Marta, sumerge esos en la mantequilla y cúbrelos con la canela y las pasas, y después colócalos en los moldes para pastel.”

Marta trabajaba rápidamente, consciente de que los dos Becker la miraban. Frau Becker echó la masa oscura en moldes de pastel y le dio a Marta la cuchara de madera. “Adelante, puedes lamerla hasta que quede limpia.”

Herr Becker se rió.

—Mira que la niña sí se puede sonreír, Fanny. —Golpeó a la masa—. Aprendes rápido, Marta. —Le guiñó el ojo a su esposa—. Tendremos que enseñarle a hacer las roscas de reyes esta Navidad. ¿Ja?

—Y Lebkuchen. —Frau Becker le guiñó el ojo a Marta. A Mamá le encantaba el pan de jengibre con especias—. Y Marzipan. —Frau Becker tomó la cuchara y la lanzó al fregadero—. Te enseñaré a hacer Butterplätzchen. —Puso mantequilla, harina y azúcar en la mesa de trabajo—. Y mañana te enseñaré a hacer galletas de anís.

Cuando la panadería se abrió al público, Frau Becker le dio a Marta dos hogazas para el desayuno como pago. “Eres una buena trabajadora.”

Marta llevó el pan a Mamá y se sirvió un tazón de Müsli. Después de hacer sus tareas y de almorzar temprano, se dirigió por el camino de la escuela hacia la casa del doctor.

Frau Zimmer se veía afligida cuando abrió la puerta.

“¡Aquí está! ¡Toma!” Lanzó el bebé que gritaba a los brazos de Marta y agarró su chal. “Voy a visitar a una amiga.” Se escabulló rodeando a Marta y se fue sin mirar atrás.

Marta entró y cerró la puerta para que la gente no escuchara al bebé llorando. Se paseó, cantando himnos. Como eso no tranquilizó al pequeño Evrard, trató de mecerlo. Revisó el pañal. Finalmente, exasperada, lo puso en la alfombra. “Adelante, grita todo lo que quieras.”

El bebé dejó de llorar y se puso boca abajo. Arqueó la espalda y extendió sus brazos y dio patadas con los pies. Marta se rió. “Solamente querías un poco de libertad, ¿verdad?” Recogió los juguetes que estaban esparcidos y los tiró en frente de él. Pataleó aún más fuerte y balbuceó con alegría. Daba gritos y abría y cerraba sus manos. “¡Alcánzalo! No te lo voy a dar.” Logró deslizarse unos cuantos centímetros y agarró un sonajero. Marta aplaudió. “¡Muy bien, Evrard!” El bebé se puso boca arriba.

Cuando el pequeño Evrard se cansó, Marta lo levantó y lo meció para que se durmiera. Frau Zimmer llegó una hora después y se veía renovada. Se detuvo y escuchó; parecía alarmada.

—¿Está bien? —Corrió hacia la cuna y lo miró—. ¡Está dormido! Nunca duerme en la tarde. ¿Qué hiciste?

—Lo dejé jugar en la alfombra. Trató de gatear.

La tarde siguiente, Marta subió la montaña hacia el Hotel Edelweiss, donde Frau Gilgan la puso a trabajar quitando la ropa de las camas y haciéndolas nuevamente con sábanas y edredones limpios en las camas de plumas. Los mulló para llenarlos de aire, los alisó en el extremo de la cama y después bajó con la ropa sucia a la lavandería. Frau Gilgan trabajó con ella y compartió historias divertidas de huéspedes anteriores. “Claro, hay quienes no están contentos con nada de lo que haces y otros que se quiebran las piernas esquiando.”

Dos de las hermanas mayores de Rosie se encargaban de las tinas y mantenían grandes ollas de agua hirviendo en la estufa. A Marta le dolían los brazos por revolver la ropa de cama; levantar las sábanas y edredones, darles vuelta una y otra vez; desplegarlos; y volver a revolver. Kristen, la mayor, enganchó una sábana y la jaló hacia arriba, retorciéndola y formando lazos apretados, y dejó que el chorro de agua cayera de nuevo en el lavadero. Luego sacudió la sábana en una tina de agua hirviendo para enjuagar.

Había copos de nieve en las ventanas, pero a Marta le goteaba el sudor en la cara. Se lo secó con su manga.

—¡Ay! —Frau Gilgan llegó y levantó sus manos, fuertes y cuadradas, rojizas y con callos por años de lavar—. Déjame ver tus manos, Marta. —Frau Gilgan volteó las manos de Marta con las palmas hacia arriba y cloqueó con la lengua—. Ampollas. No debí ponerte a trabajar tan duro en tu primer día, pero tú no te quejaste. Tus manos estarán tan lastimadas que no podrás hacer ni una puntada.

—Pero todavía falta un montón de sábanas.

Frau Gilgan puso sus puños en sus amplias caderas y se rió.

Ja, por eso es que tengo hijas. —Puso su brazo sobre Marta—. Ve arriba. Rosie ya habrá vuelto de la escuela. Querrá tomar el té contigo antes de que te vayas. Y si tienes tiempo, ella necesita ayuda con geografía.

Marta dijo que le encantaría.

Rosie saltó de su silla.

—¡Marta! Olvidé que empezabas a trabajar hoy. ¡Me alegra tanto que

estés aquí! Te extrañé en la escuela. No es lo mismo sin ti. Nadie responde las preguntas difíciles de Herr Scholz.

—Tu madre dice que necesitas ayuda con geografía.

—Ay, no. Ahora no. Tengo tanto que contarte. Vamos a caminar.

Marta sabía que tendría que escuchar de las últimas travesuras de Arik Brechtwald. Rosie estaba enamorada de él desde el día en que la había rescatado de un arroyo. No valía la pena recordarle que Arik había ocasionado la caída, desafiándola a cruzar el Zulg. Ya había llegado a la mitad cuando se resbaló en una piedra y se deslizó por una pequeña caída de agua antes de que Arik pudiera agarrarla. La sacó y la cargó hasta la orilla. Desde entonces, Arik había sido el príncipe azul de Rosie.

La nieve caía suavemente desde las nubes, engrosando el manto blanco sobre Steffisburg. El humo salía como dedos fantasmales de las chimeneas y se disipaba con el aire frío de la tarde. En tanto que Rosie seguía hablando alegremente, Marta caminaba tristemente a su lado. Blancos cúmulos cubrían los prados alpinos, que en unos cuantos meses se pondrían verdes, con salpicaduras de flores rojas, amarillas y azules, que tentaban y nutrían a las abejas de Frau Fuchs. Rosie quitó la nieve de un tronco y se sentó donde pudieran ver el Hotel Edelweiss y Steffisburg abajo. Si el día hubiera estado más despejado, podrían haber visto Schloss Thun y el Thunersee como una placa de vidrio gris.

Hoy, las nubes bajas hacían que el sol se viera como una pelota blanca y borrosa, lista para rebotar por las montañas más allá de Interlaken.

El aliento de Marta se convertía en vapor. Le brotaban lágrimas mientras oía a Rosie divagar acerca de Arik. A su amiga no le preocupaba nada más en el mundo que saber si Arik gustaba de ella. Apretando los labios, Marta trató de no sentirse celosa. Tal vez Papá tenía razón. Ella y Rosie serían amigas solamente por poco tiempo más, y luego sus situaciones distintas construirían un muro entre ambas. Marta trabajaba para los Gilgan ahora. No era la amiga que llegaba a visitar, que tomaba el té o que se sentaba y platicaba, mientras la madre de Rosie ponía galletas de anís en una bandeja de plata y chocolate caliente en finas tazas de porcelana. Todo estaba a punto de cambiar, y Marta no podía soportarlo.

Ahora que Papá la había sacado de la escuela, solamente estaría preparada para ser una criada o cuidar el bebé problemático de alguien. Podría ayudar a Mamá a coser vestidos, pero Mamá ganaba muy poco dinero si se tomaba en cuenta las horas que trabajaba para mujeres como Frau Keller, que esperaba perfección por una miseria. Y Mamá nunca veía un solo franco de lo que hacía. Papá controlaba la billetera y se quejaba amargamente de lo poco que tenían, aunque siempre lograba tener suficiente para cerveza.

Rosie puso su brazo sobre el hombro de Marta.

—No estés tan triste.

Marta se levantó abruptamente y se apartó.

—Herr Scholz me iba a enseñar francés. Podría haber seguido con el latín. Si supiera siquiera un idioma más, podría encontrar un trabajo decente algún día, en una bonita tienda en Interlaken. Si mi padre se sale con la suya, nunca seré más que una criada. —Tan pronto como las palabras amargas salieron, se llenó de vergüenza. ¿Cómo podía decirle esas cosas a Rosie?—. No quiero ser malagradecida con tus padres. Tu madre fue tan amable conmigo hoy. . . .

—Te quieren como a una hija.

—Porque tú me has querido como una hermana.

—Eso no va a cambiar porque ya no estés en la escuela. Yo quisiera dejarla. Preferiría estar en casa y ayudar a mi madre que esforzarme por llenar mi cabeza de datos.

—Ay, Rosie. —Marta se cubrió la cara—. Yo daría cualquier cosa por seguir, por lo menos hasta la secundaria.

—Yo podría darte libros.

—No tengo tiempo ahora. Papá se ha encargado de eso. —Marta miró las montañas cubiertas de nubes; parecían paredes de una cárcel. Su padre trataba de mantenerla presa. Ella era más fuerte y más saludable que Mamá. Podía aprender más rápidamente que Hermann o Elise. Hermann iría a la universidad. Elise se casaría. Marta se quedaría en casa. Después de todo, alguien tendría que hacer el trabajo cuando Mamá ya no pudiera hacerlo.

—Tengo que irme a casa. Tengo que ayudar a Mamá.

Cuando bajaban la montaña, Rosie tomó a Marta de la mano.

—Quizás cuando Hermann entre a la secundaria, tu padre te permita volver a la escuela.

—Hermann volverá a fallar. No tiene cabeza para los libros. —Por lo menos, la próxima vez Papá no podría echarle la culpa a ella.

La esperanza de su madre

Guía de debate

  1. Ciertamente Marta tuvo una infancia difícil. Para mejor o para peor, ¿qué aspectos le afectaron más y cómo influenciaron a la mujer en la que se convirtió?
  2. ¿Cómo afecta la relación de Marta con su padre su creencia temprana en Dios y en lo que Dios espera de ella? ¿En qué se diferencia la manera en que su mamá ve a Dios? ¿Qué parece causar el mayor impacto en la manera en que Marta ve a Dios? ¿Cambia eso durante el transcurso de la historia? De ser así, ¿qué provoca ese cambio?
  3. Al final del capítulo 4, cuando Marta se marcha de su hogar para seguir su propio camino, su madre le da una bendición. ¿De qué manera, verbalmente o de otro modo, recibió usted la bendición de sus padres? Si no la recibió, ¿qué hubiese deseado que le dijeran? ¿De qué manera usted hizo lo mismo o espera algún día hacer lo mismo con sus hijos?
  4. Se ha dicho que las mujeres se casan a menudo con una versión de sus padres. ¿Qué parecidos y diferencias hay entre Niclas y el padre de Marta? ¿De qué manera es Niclas igualmente pasivo y agresivo? A veces, Marta parece guardarle rencor a Niclas. ¿Es eso justo?
  5. A Marta le es difícil confiar en Niclas debido a la manera en que su padre trató a su madre. ¿Cómo piensa que Niclas se siente con respecto a eso? ¿De qué manera (buena o mala) su familia de origen ha afectado su matrimonio o su relación con sus amigos íntimos?
  6. Niclas le pide a Marta que venda la casa de huéspedes que ella compró para cumplir un sueño de toda la vida. ¿Es esa una petición apropiada? ¿Qué piensa usted de la forma en que Niclas toma la decisión y se la comunica a Marta? Si usted fuera Marta, ¿qué hubiese hecho en esa situación? ¿Se ha enfrentado usted con una decisión similar en su matrimonio o familia?
  7. Algunas veces, Marta hace que a Niclas le sea difícil ser la cabeza del hogar. ¿Se ve Marta a sí misma como una ayudante para Niclas? ¿Piensa usted que él la ve de esa manera? ¿Cómo puede él amar a Marta a pesar de que el carácter de ella por momentos es difícil?
  8. ¿Por qué Marta nunca le dice a Niclas, o a cualquier miembro de su familia, que lo ama? ¿Cuál es la mejor manera en que Marta demuestra y recibe amor?
  9. Por muchas razones, Marta es como la mujer descrita en Proverbios 31. ¿Qué cualidades mencionadas en ese pasaje ve usted en ella? ¿Cuáles le faltan?
  10. Después de rescatar a Elise de los Meyer, en el capítulo 5, Marta le dice a su amiga: “Lo juro ante Dios, Rosie, si alguna vez soy tan afortunada como para tener una hija, ¡me aseguraré de que sea lo suficientemente fuerte como para defenderse!” ¿De qué manera la dinámica familiar de Marta entra en juego cuando, más adelante, tiene sus propios hijos?
  11. Marta ama profundamente a Hildemara. Sin embargo, Hildemara probablemente se siente la menos querida de todos sus hijos. ¿Por qué sucede eso? ¿Es tratar a los hijos de manera diferente lo mismo que preferir a uno antes que a otro? ¿Qué aspectos dificultan la crianza de los niños de la misma manera? ¿Cuánto deberían esforzarse los padres para que sea así?
  12. ¿Ha sentido alguna vez, como lo sintió Hildemara, que otros miembros de su familia han recibido injustamente más amor, provisión financiera u otro recurso valioso? ¿Cómo reaccionó usted? ¿Qué consejo le daría a alguien en esta situación?
  13. Después del incidente de Hildemara con su maestra la señora Ransom, Hildemara le dice a su padre que oró y oró pero que las oraciones no cambiaron la situación. Niclas responde: “Hildemara, las oraciones te han cambiado a ti.” ¿Qué quiso decir con eso? ¿Ha tenido una experiencia similar alguna vez?
  14. ¿Por qué Marta se opone tanto a la decisión de Hildemara de asistir a la escuela de enfermería? ¿Cambia de opinión con respecto a la profesión que ha elegido Hildemara?
  15. Por varios meses, Hildemara mantiene a Trip a distancia. ¿Por qué piensa usted que hace eso? ¿Qué es lo que finalmente hace que admita su amor por él?
  16. Trip, como muchos hombres de su generación, tuvo experiencias trágicas que cambiaron su vida en la Segunda Guerra Mundial. ¿Ha escuchado historias de hombres de su propia familia que fueron afectados de la misma manera? ¿Ha participado alguno de sus seres queridos en guerras más recientes? ¿Cómo afectó esto a su familia?
  17. La tuberculosis es mucho menos frecuente hoy de lo que era en la época de Marta e Hildemara. Sin embargo, las enfermedades mortales y crónicas nunca han sido más frecuentes que ahora. ¿De qué manera ha impactado una enfermedad grave a su familia? Hable de la tensión que una enfermedad puede ejercer sobre la dinámica familiar, sin tener en cuenta la “salud relacional” que la familia pueda tener al principio.
  18. Si pudiese cambiar algo con respecto a la manera en que sus padres le criaron, ¿qué sería? Si tiene hijos, ¿hay algo que hubiese deseado cambiar en la manera en que los crió? ¿Qué paso podría dar en esa dirección?
  19. Al final de este libro, Marta está decidida, con la ayuda de Dios, a comenzar una nueva etapa con Hildemara. ¿Cree usted que tendrá éxito? ¿Por qué? ¿Cómo cree que responderá Hildemara? ¿Hay esperanza para esta relación?
  20. Si usted pudiese conversar con Marta e Hildemara, ¿qué les diría? ¿Hay alguien de su familia con quien necesite hablar de errores o percepciones erróneas del pasado que aún le afectan hoy? Si tiene asuntos sin resolver con un ser querido que ha fallecido, ¿con quién podría hablar para tratar de darlos por terminado?

Her Mother’s Hope
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